Reseña
Reseña - Sección dirigida por Luis CortésInfoling 5.3 (2015)
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María Nieves Arribas Esteras. Reseña de Montolío, Estrella. 2014. Manual de escritura académica y profesional (2 vols.). Barcelona: Ariel. Infoling 5.3 (2015) <http://infoling.org/informacion/Review226.html>
Estrella Montolío Durán (Universidad de Barcelona) acaba de editar un nuevo trabajo para ayudar al usuario a devenir un experto en escritura académica y profesional a través de una reflexión, que no solo es exhaustiva y profunda –cosa muy de agradecer– sino también realmente amena. El Manual de escritura académica y profesional reúne contribuciones de José Portolés, Javier de Santiago Guervós, Guiomar E. Ciapuscio, Mar Garachana, Sebastián Bonilla, Mar Cruz Piñol, Giovanni Parodi, Romualdo Ibáñez, René Vegas y Marisa Santiago, y hay además diversas colaboraciones de los miembros del grupo Estudios de Discurso Académico y Profesional (EDAP), concretamente, M.ª Ángeles García Asensio, Irene Yúfera, Pedro Gras, Fernando Polanco, Anna López Samaniego y Raquel Taranilla. El trabajo revisa cuanto hay que saber –lo sustancial e imprescindible más una serie de valores añadidos que describiré– sobre escritura académica y profesional, compendiando novedades en torno a la textualización, que ya no se da de manera exclusiva en papel, sino que se viene verbalizando, cada vez más, en soportes mixtos: hace tiempo que no consideramos periférica la comunicación científica en pantalla, pues los nuevos géneros de escritura infográfica, tanto síncrona (chats, mensajería instantánea, etc.) como asíncrona (sin que escritor y lector compartan el mismo momento) están evidentemente en auge, tanto de forma multimodal (textos escritos que incluyen discursos audiovisuales), como unimodal.
Estos dos volúmenes de autoría colectiva nos proporcionan pautas para enfrentarnos sin miedo a la redacción textual de rango profesional, tarea cuya eficacia depende, en gran medida, del cuidado con que se acometa una planificación reflexiva previa y del nivel de competencia que se haya adquirido a través del entrenamiento. Es por ello que en sus páginas la obra nos propone no solo cómo adiestrarnos en ambas diligencias, sino también cómo guiar a los estudiantes –hispanohablantes nativos o no– cuando más o menos afanosamente se encaminan hacia esas metas, proporcionando multitud de ejemplos textuales y de ejercicios (con soluciones). No faltan indicaciones bibliográficas y sitográficas que amplían o consolidan nuestra capacidad de encontrar (y saber usar) los instrumentos existentes para dar con la mejor respuesta a las eventuales –e inevitables– dudas que surgen cuando debemos afrontar ciertas prácticas discursivas imprescindibles a la hora de incorporarnos a la comunidad académica, tales como exponer, transmitir y demostrar conocimiento de manera que la información final resulte redactada de la forma más clara, accesible y comprensible.
Esta no es la primera vez que Montolío –y varios de los investigadores que son coautores de este manual– se ocupan certeramente de este tipo de habilidad comunicativa (véase Montolío, 1999 y 2000). Y también en esta ocasión lo hacen de forma divulgativa y en un formato que incluye reflexiones teóricas sobre muy diversas cuestiones textuales. Los argumentos expuestos van siempre acompañados de razonamientos sobre el porqué de la norma, la pertinencia de su existencia, con ejemplos, ejercicios, soluciones y estrategias para interiorizarla. De esta manera, una vez más, la investigadora subraya algunas ideas clave de su personal visión sobre la competencia lingüística en general y la habilidad de la expresión escrita en particular y sobre todo aquello que considera importante cuando alguien se propone adquirirla, tanto en ámbito académico, científico y profesional, como en el del usuario que, simple y llanamente, lo que desea es redactar buenos textos del tipo que sean.
Destacaré al menos dos nociones que me parecen fundamentales de esa visión de Montolío y colaboradores: la primera es que, aunque en cuestiones de escritura no exista aprendizaje gratuito –y menos en ámbito científico, académico y profesional–, la adquisición de maestría en esa arte no va reñida con lo placentero y no se entiende el porqué de la creencia, bastante común, de que tal afán está muy lejos de poder proporcionar satisfacción. Ya en la introducción leemos que la escritura académica no tiene por qué limitarse a acatar ciegamente “un rosario plúmbeo de reglas de aire decimonónico”, pero tampoco tiene por qué caer en la reducción simplona. La segunda idea que, en mi opinión, fundamenta la forma de operar de estos coautores es el valor que otorgan al concepto de plasticidad intrínseca en toda práctica lingüística, pues aferrarse a tradiciones graníticamente inmóviles no parece aconsejable en ámbitos culturales, educativos o formativos. Ya en un volumen sobre la modernización del discurso jurídico, dirigido también por Montolío, insistía esta estudiosa en la importancia de adaptarse a circunstancias cambiantes, recordándonos cómo paleontólogos con la estatura de Juan Luis Arsuaga o Eudald Carbonell afirman que si hemos llegado a ser Homo sapiens sapiens ha sido gracias a nuestra plasticidad ecológica: “los productos característicamente humanos están gobernados también por el principio de fluidez, de transformación en la coordenada del tiempo” (Montolío, 2011).
De esta manera, el hecho de que la escritura científica y profesional indudablemente encierre cierta complejidad no quiere decir que responda a esquemas inalterables y aislados dentro de ámbitos académicos impermeables, sino que más bien se adquiere –como el resto de las actividades discursivas– asumiendo responsablemente el empeño de conocerlo amándolo, practicándolo y actualizándolo periódicamente: “la lengua, como la realidad, es cambiante” y a los hablantes, incluyendo a quienes escribimos ese tipo de texto, no nos queda más remedio que adaptar nuestro discurso a tal evolución. Y esto es así dentro y fuera del ámbito académico y –aunque en esta ocasión se reflexione sobre escritura con particular focalización de la textualización profesional eficiente– está claro que poseer dicha habilidad mejora la propia imagen en muy diversos ámbitos y el esfuerzo exigido va mucho más allá de la superación de un examen o de la publicación de un artículo de investigación, y es precisamente por ello por lo que vale la pena asumirlo.
La obra está pensada fundamentalmente para usuarios universitarios (estudiantes y docentes), incluyendo –como en el manual que apareció hace catorce años– al aprendiz de ELE (español lengua extranjera) de niveles superiores que desee mejorar su competencia en expresión escrita. Los profesores de lenguas extranjeras tenemos siempre muy presente lo necesario que es “hacer hacer”, insistir, perseverar, motivar, parar golpes, no desistir… aprendemos a nadar, nadando; a bailar, bailando y a escribir, escribiendo. Carmen Muñoz recuerda a este respecto una frase de Confucio: “lo oigo, lo olvido, lo recuerdo, lo hago, lo sé” (Muñoz 2002: 38). En el manual coordinado por Montolío en 2000 ya se nos planteaban muchas actividades prácticas para la ejercitación en estas habilidades y para la reflexión sobre las cuestiones presentadas, pero esta vez se resalta de manera, más explícita si cabe, el recurso a estrategias de aprendizaje. Así por ejemplo, en el capítulo sobre norma culta realizado por Mar Garachana, dentro del apartado dedicado al empleo de preposiciones, al afrontar problemas de dequeísmo y queísmo se nos muestra “un par de trucos”, (p. 162). Verbalizar estrategias cognitivas para recordar una norma lingüística –no siempre se las nombra con la palabra truco– es una praxis utilizada en casi todos los capítulos del manual, cosa que sin duda agradecerán no solo los estudiantes, extranjeros o hispanohablantes nativos, sino todas las personas que necesiten recordar algunas reglas para dominar el uso correcto de la lengua española escrita.
Este manual consta de dos volúmenes: el primero se ocupa de estrategias gramaticales dentro del ámbito oracional (como pueden ser, entre otras, las destinadas a dominar la ortografía, conocer la norma, usar de la mejor forma materiales lexicográficos, seleccionar palabras adecuadas al propósito comunicativo, etc.), mientras que el segundo sobrepasa ese nivel para abordar estrategias discursivas supraoracionales (como exponer información, argumentar, resumir, etc.). En ambos volúmenes el lector notará un tono ameno, un equilibrio entre el destinatario docente y el lector estudiante y verá que el espíritu de los redactores está imbuido de una visión moderna, optimista y lúdica sobre el entrenamiento necesario para aprender a escribir bien. Por dar una muestra, en el capítulo dedicado al léxico se habla de «Precisión y colorido: “antiaburrimiento”». La califico de moderna porque rechaza comodines, clichés o ciertas practicas pomposas, anticuadas, burocráticas, como la infelizmente muy extendida creencia de que cuanto más inusual, difícil, larga u oscura sea una palabra, más apropiado es su uso (hacer mención en vez de mencionar; idolatrizar, incrementación... y otros horrores). Y la califico de optimista y lúdica por su tono entretenido, acogedor y amigable, por la efectividad de los ejemplos y por la eficacia de las propuestas estratégicas para evitar caer en barroquismos, privilegiando sencillez, claridad, brevedad y disfrute intelectivo.
El primer tomo comienza –tiene su lógica– por la ortografía, con un primer capítulo dedicado a las reglas de acentuación a cargo de Marisa Santiago, (pp. 13-44) cuya novedad respecto a otros manuales es no que no se limita a exponer reglas seguidas de ejercicios, sino que elabora un itinerario deductivo que, partiendo de cuál es el ritmo más frecuente de las palabras en español y de las letras en que terminan estadísticamente la mayor parte de ellas, va llevando al lector a comprender paso a paso el porqué de la norma y la eficacia de las reglas. Quienes trabajamos como profesores de ELE sabemos de la utilidad de esta perspectiva, para que un estudiante extranjero no maldiga las reglas de acentuación de la lengua española no solo hay que hacerle ver su utilidad, sino darle un “enganche de interés” que pueda reconocer y recordar, en mi opinión la emoción es el más potente motor del conocimiento.
En un segundo capítulo, Mª Ángeles García Asensio (“Ortografía: lo que el corrector automático de textos no sabe corregir”, pp. 45-70) da cuenta de la reforma ortográfica de 2010 e insiste en que adolecer de carencias o debilidades ortográficas no solo crea una mala imagen (que podría llegar a obstaculizar una promoción laboral, pone por caso), sino que puede provocar ambigüedades o incluso llega a producir una mala interpretación de lo escrito. García Asensio proporciona ejemplos, estrategias, pistas y trucos –tan válidos para usuarios que necesitan consultar dudas, como para estudiantes y docentes de ELE ejercitándose y asesorando, respectivamente– que nos serán muy útiles a la hora de afrontar cuestiones de ortografía, incluyendo las relativas a aquellos errores que los correctores ortográficos automáticos no pueden solventar.
El tercer capítulo, titulado “Norma culta” (pp. 75-173), es de Mar Garachana y en él se da cuenta de la existencia de una norma culta policéntrica resumiento cuestiones de estilo, como por ejemplo las relativas a vacilaciones que la búsqueda de paridad de sexos provoca. La autora profundiza en otros temas normativos que son desde hace tiempo el fulcro de sus investigaciones: problemas de género y número en latinismos, en préstamos de otras lenguas, compuestos, abreviaturas y siglas; problemas de concordancia; uso y empleo normativo de determinantes, pronombres, adverbios, preposiciones.
Sigue el capítulo sobre cuestiones de léxico (pp. 175-220) ya mencionado, a cargo de García Asensio y Montolío con gran variedad de ejercicios que se ofrecen en torno a la búsqueda de sencillez y claridad. Es significativo que las coautoras mencionen la máxima de Mies van der Rohe: “Menos es más”. Quizá en alguna ocasión no se haya elegido el ejemplo más certero, como cuando se aconseja usar adjetivos en lugar de oraciones adjetivas equivalentes, siguiendo la máxima de brevedad citada, y se pone por caso que sería mejor escribir las personas trabajadoras no siempre se sienten valoradas en lugar de las personas que trabajan con tesón no siempre se sienten valoradas, pues si bien es cierto que usamos el adjetivo trabajador para referirnos a personas que trabajan mucho, también lo es que a veces lo usamos para designar quienes poseen un trabajo, ¿es siempre exactamente equivalente persona trabajadora a persona que trabaja con tesón? Tal vez las cuestiones de léxico sean siempre las más complejas a la hora de llegar a un acuerdo: nos es más simple delimitar lo adecuado y correcto en ámbito sintáctico que coincidir por ejemplo con un colega en la elección de un sinónimo.
A continuación hay un interesante capítulo de Pedro Gras sobre la planificación (pp. 221-274) en el que se reflexiona sobre cómo preparar el andamiaje de un texto teniendo en cuenta finalidad, participantes, conocimiento compartido (o no) por lector y escritor. En estas páginas, podemos descubrir estrategias para la generación de ideas y la organización de la información y se medita sobre la forma en que las expectativas del lector –basadas muchas veces en el canal comunicativo constituido por el género al que pertenece el texto– facilitan tanto la tarea de escritura del mismo como la de interpretación de su significado en el momento de la lectura. Gras insiste en que lo que se dice es tan importante como el modo en que se dice.
Al capítulo de Gras le sigue el no menos atractivo “El párrafo en la escritura del siglo XXI: una unidad adaptativa” firmado por la propia Montolío en el cual, a las instrucciones sobre los pasos previos señalados por Gras se le añaden otras derivadas de la actual plasticidad de los nuevos géneros textuales. La autora nos hace incluir en esa etapa una toma de consciencia no solo de la importancia del género elegido, sino también del tipo de soporte en que se leerá el texto y nos proporciona diversas claves para lograr párrafos eficaces, con equilibrio informativo, significado claro y unitario, longitud razonable según el formato, sin olvidar subrayar que los párrafos forman parte de unidades superiores con las que deben conectarse de manera relevante para que el significado global no se pierda.
Cierran el primer volumen un capítulo de Javier de Santiago Guervós sobre puntuación (pp. 327-376), otro sobre mecanismos de cohesión de Ana López Samaniego y Raquel Taranilla (pp. 377- 441) y un último capítulo a cargo de Estrella Montolío y Marisa Santiago (pp. 443-475) sobre los rasgos de objetividad que debería caracterizar a la escritura informativa. En el primero, se nos recuerda que para aprender a usar bien los signos de puntuación, hay que tener ciertos conocimientos sintácticos y se nos invita a desterrar algunos lugares comunes, por ejemplo, sobre las comas que se asocian a pausas e incisos. Como en el resto del manual, todo razonamiento va acompañado y sostenido por ejemplos, y se ofrecen consejos para salir de dudas con los ejercicios pertinentes para puntuar correctamente un texto. El capítulo de López Samaniego y Taranilla adelanta ya nociones textuales que se desarrollarán sobre todo en el segundo volumen. Comienza con una reflexión partiendo de la clásica metáfora –o icónimo en la terminología de Marco Alinei (2008) – que da lugar a la expresión lingüística que en muchas lenguas usamos para designar un ‘conjunto coherente de enunciados’, esto es, la imagen subyacente a palabra texto. En la etimología de palabras como textura podemos visualizar la existencia de hilos discursivos que se hilvanan y pespuntean entre sí para no dejar ningún cabo suelto, y esa imagen muestra la existencia de mecanismos referenciales para coser ese tejido y mantenerlo bien tramado. Se trata de procedimientos bien conocidos, como el uso de elementos de deixis anafórica y catafórica que anticipa lo que se va a decir o que vuelve sobre lo dicho, el recurso a expresiones que desambigüen secuencias poco informativas y, en definitiva, todo aquello que sirve para garantizar el mantenimiento de la referencialidad. Finalmente, en el último capítulo, se reflexiona sobre la irrupción de la subjetividad (diminutivos, primeras y segundas personas, adjetivos excesivamente valorativos, epítetos antepuestos, uso de un registro oral, informal, sarcástico o irónico y en definitiva inapropiado, etc.) en textos que deberían ser objetivos. Siguen las páginas del solucionario y las que dan cuenta de bibliografía y sitografía recomendadas.
El segundo volumen se abre con la continuación de las mencionadas reflexiones sobre mecanismos de cohesión que se emprendieron en el primero a través de un capítulo en que Estrella Montolío revisa, actualizándolo, uno de sus caballos de batalla: el de los conectores (pp. 9-92). Si el primer volumen partía de unidades con unidades pequeñas de pertinencia significativa dentro de la oración como las ortográficas, de puntuación, etc., es lógico que el segundo volumen lo haga con las características y funciones de estos elementos que engarzan supraoracionalmente frases, párrafos y secuencias para asegurar relevancia más global.
Giovanni Parodi, Romualdo Ibáñez y René Venegas (pp. 93-119) nos proporcionan una reflexión sobre la conveniencia y las ventajas de saber elaborar un buen resumen, así como las formas con que contamos para acometer esta tarea. Se nos muestran estrategias, por ejemplo, sobre cómo extraer la información principal de un texto fuente y generar otro texto, cómo mantener simultáneamente en función las actividades de lectura y escritura, etc.
Sigue un excelente capítulo de Irene Yúfera (pp. 121-186) sobre estrategias imprescindibles para enfrentarnos a una de las tareas más prototípicas en ámbito textual académico, a saber, la de exponer información, en la que –como explica Yúfera–nunca se parte de la nada. Más que un nivel supraoracional, aquí estamos introduciéndonos en un ámbito que sobrepasa el texto y sus soportes para incluir actividades investigativas fundamentales, como lo son todas las tareas relativas a la documentación previa, la elección de un título adecuado, la organización informativa, la elaboración de partes introductivas, explicativas, conclusivas, la elección de elementos que faciliten la legibilidad, la función de secuencias narrativas, dialogadas, los procedimientos de cita, etc., o la elección de operaciones textuales y “sopratextuales” que aseguren objetividad, claridad y precisión.
En el capítulo sucesivo, Fernando Polanco analiza el discurso instruccional (pp. 187-232) delimitando cuáles son las características y estructuras lingüísticas de la formulación de instrucciones (“instrucciones para dar instrucciones”), su secuenciación, terminología y presentación tipográfica típicas, etc.
El capítulo quinto del segundo volumen corre a cargo de José Portolés (pp. 233-284) y afronta el tema de la argumentación escrita, una de las tareas más complejas en cualquier lengua, como resulta en los descriptores de nivel del MERC mismo en que, como actividad de nivel C2, se incluye la de defender una opinión ante un público hostil, es decir, argumentar oralmente ante personas que pondrán en duda los razonamientos que sostienen la propuesta que se pretende hacer valer. Llevar a cabo esta tarea por escrito y en ámbito académico no es menos difícil, aunque se tenga a disposición mayor tiempo para una planificación y se puedan escoger bien las razones, diferenciar causas, consecuencias, es decir, organizar el “propio argumentario”. Es destacable que aquí Portolés nos lance un guiño a los docentes al exponer una serie de sugerencias que habría que respetar cuando se propone un tema de debate en clase: nos advierte sobre ciertos malos usos, nos describe en qué consiste la argumentación como acto de habla, nos define y ejemplifica términos usados en retórica y metalingüística (tales como entimema, falacia, topos, esquema doxático, etc.) para entender mejor cómo argumentar y contraargumentar redactando en modo correcto la presentación de las razones en favor de una tesis.
En el capítulo sexto, Guiomar E. Ciapuscio (pp. 285-318) discurre sobre los procedimientos y recursos lingüísticos para la divulgación del conocimiento y la transmisión de información, con sus mecanismos de reformulación, ilustración (a través de imágenes, metáforas, símiles, comparaciones, etc.). Le sigue una interesante reflexión de Sebastián Bonilla (pp. 319-358) sobre cómo realizar una escritura web de calidad, cuáles son las características de ese tipo (hipertextualidad multimedial, navegacionalidad, persuasividad, exigencia de concisión, etc.). El penúltimo capítulo está dedicado a la revisión y va firmado por Mar Garachana (pp. 359-389), quien revisa en qué hay que reparar al final de la redacción de un texto para asegurarse de que hayan sido atendidos de la mejor manera posible ciertos conocimientos, estrategias, habilidades y aptitudes, cuya activación es fundamental en esta tarea, desde los elementos ortotipográficos hasta los estilísticos, pasando por los léxicos, semánticos, pragmáticos, sintácticos, etc. Y el último capítulo de este segundo volumen (pp. 391-405) corre a cargo de Mar Cruz Piñol, quien nos ofrece material lexicográfico y diversos recursos on line para escribir textos bien planificados en español: diccionarios de dudas, páginas de apoyo para conjugar, puntuar, acentuar, resolver dudas ortográficas, léxicas, etc.. Siguen, como en el primer volumen, un solucionario y unas páginas de bibliografía.
Recapitulando y para concluir, el nuevo manual de escritura académica y profesional es un ejemplo de cómo se activan las estrategias que en él se sugieren: está bien planificado y tiene un tono ameno, como el que buena parte de los coautores (y otros) dirigidos por la misma investigadora pusieron en práctica hace catorce años, contiene importantes novedades derivadas de la inclusión (de forma más explícita si cabe que en los volúmenes de 1999 y 2000), de estrategias, pistas y trucos para recordar cuestiones normativas e irse afianzando como redactor eficaz del tipo de textos que trata. Pero, además, su carácter novedoso radica sobre todo en la presentación –tan necesaria y urgente– de reflexiones sobre rasgos, posibilidades y recursos pertenecientes a la comunicación digital, cuya estructura y autoría –a menudo colectivas y a veces basadas en un enfoque inverso al académico– no tiene por qué ser poco profesional, como nos muestra el esquema de pirámide invertida que describe Sebastián Bonilla.
Todo parece indicar que también en esta ocasión la obra dejará huella.